lunes, 22 de diciembre de 2008

Fortalecer el hogar y la familia
Susan W. Tanner
Presidenta General de las Mujeres Jóvenes
Abril de 2004
Hace varios años, después de una Conferencia General, les preguntamos a nuestros hijos
qué les había gustado de la conferencia. Nuestra hija, que en ese entonces tenía 16 años, dio una
respuesta llena de entusiasmo: “¡Me encantó! Me encantó escuchar a profetas y líderes inspirados
e inteligentes declarar apoyo a la maternidad”. Acto seguido nos dijo que ésa era una de las
inquietudes perturbadoras de su vida: “Ya nadie nos habla de ello, ni en seminario, ni en Mujeres
Jóvenes y, por supuesto, ni en la escuela, ni en ningún lugar salvo en el hogar”. No sé si lo
experimentando por ella se parece a lo que experimentan otras mujeres jóvenes, pero sospecho
que sí. Sé que por algún tiempo no ha estado en boga que las mujeres, sean jóvenes o no, exalten
las virtudes de la maternidad o que expresen el deseo que llevan en el corazón de ser madres.
Observé esto con claridad hace algunas semanas cuando conocí por primera vez a un
grupo de unas 20 Laureles a las que pregunté sus metas. Las primeras mencionaron metas como
la de obtener el título más avanzado posible en biología, mientras otras dijeron que querían salir a
la misión, todas éstas metas dignas. Finalmente, una muchacha expresó con timidez su deseo de
ser madre, tras quien varias chicas más mencionaron otras metas. Después de que una segunda
muchacha mencionó la maternidad, las restantes dijeron lo mismo, pero requirió mucho valor de
parte de esas dos primeras chicas admitir que querían ser madres. Y eso que estábamos en un
ambiente en que dicha opinión no sería atacada.
Además del hecho de que una admisión así puede convertir a la muchacha en objeto de
burla, también la puede poner en posición de fracasar. Tal vez a ella le parezca que se trata de una
meta cuyo logro queda fuera de sus manos, lo cual la puede hacer sentir vulnerable al declarar su
intención. También es una meta que requiere gran abnegación porque tal vez haga necesario dejar
de lado otras metas que suelen ser más glamorosas. Tengo presentes las muchas consideraciones
que nuestras mujeres jóvenes enfrentan, pero aun así siento que debo enseñar principios eternos.
Un día, poco después de que fuimos llamadas a la presidencia, estábamos en una reunión
con uno de nuestros asesores del sacerdocio, y él nos preguntó cuál era nuestra visión para las
mujeres jóvenes. Entre otras cosas, mencionamos que queríamos ayudarlas a prepararse para sus
papeles futuros. Esperó ansiosamente a que le dijéramos más, y finalmente agregó: “¿Por qué no
lo dicen? Digan la palabrita; digan ‘maternidad’. Tienen que ser valientes con el mensaje. Las
mujeres jóvenes y sus líderes necesitan escucharlo. No lo van a escuchar de labios del mundo, así
que tiene que salir de ustedes”.
Leí nuevamente los discursos que inspiraron a nuestra hija así como los discursos que dio
el presidente Kimball en las primeras reuniones generales de mujeres y los que dieron el presidente
Benson y el presidente Hinckley a las mujeres jóvenes y adultas, al igual que otros discursos de
nuestros profetas. Las bellas verdades de dichos discursos se encuentran ahora declaradas con
precisión en la histórica proclamación para el mundo sobre la familia.
Me llena de entusiasmo, al igual que a nuestra hija, que bondadosos y sabios apóstoles y
profetas me reafirmen y fortalezcan en mis funciones. He memorizado palabra por palabra la
proclamación porque quiero comprenderla mejor, pensar más profundamente en su significado y
tener sus palabras en mi interior para expresar correcta y elocuentemente la doctrina y mi
testimonio doquiera que vaya.
En una reunión de capacitación reciente, la hermana Dalton se topó con un hermano que
una y otra vez levantaba la mano para poner en duda todo lo que ella decía. La hermana habló de
la importancia de emplear los programas de Mujeres Jóvenes para preparar a nuestras jovencitas
para que entren al templo y se conviertan en esposas, madres y amas de casa, concepto al que
también se opuso él. En ese momento, al recordar ella las palabras de la proclamación referentes a
las funciones del padre y de la madre, una calidez le llenó el cuerpo, por lo que prosiguió a
repertirlas, agregando su testimonio de la veracidad de esas declaraciones. El testimonio que ella
dio de tales verdades trajo el Espíritu al salón y desarmó toda posible oposición adicional.
Presten atención al poder de las siguientes palabras que aparecen en la proclamación: “Por
designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la
responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad
primordial de la madre es criar a los hijos. En estas responsabilidades sagradas, el padre y la
madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente” (“La familia: Una proclamación
para el mundo” Liahona, junio de 1996, pág. 10). El padre tiene la enorme responsabilidad de
presidir, proveer y proteger. La madre tiene la sagrada responsabilidad de criar. ¡Cuán llena de
riqueza es la palabra criar! Significa instruir, educar, fomentar desarrollo, promover crecimiento,
nutrir y alimentar, lo cual hace eco del mandato que dio el Señor: “Pastorea a mis ovejas” (Juan
21:16). Y además, el padre y la madre juntos se apoyan y ayudan mutuamente.
Por lo cual hoy quiero declarar apoyo a la maternidad y hablar de la hermosa y reciente
adición al lema de las Mujeres Jóvenes que dice “estaremos preparadas para fortalecer el hogar y
la familia”. Quiero que ustedes lo oigan de mis labios, y a su vez espero que las mujeres jóvenes lo
escuchen de parte de ustedes. He aquí cinco cosas que debemos enseñarles: (1) debemos
enseñarles cómo fortalecer sus hogares y familias actuales; (2) debemos prepararlas brindándoles
las habilidades, tanto temporales como espirituales, que bendecirán sus hogares futuros; (3)
debemos inspirarlas para que deseen ser extraordinarias esposas, madres y amas de casa; (4)
debemos ayudarlas a tener la valentía de enfrentar un mundo que profana a la familia y sus
valores; (5) debemos recalcar la responsabilidad y el privilegio eternos de ser madre y ayudarlas a
que comprendan que cada una formará un hogar y ejercerá influencia sobre los niños, tengan ellas
o no la oportunidad de casarse durante esta vida. Debemos asegurarnos de que sepan que su recta
función femenina en el hogar es, como dijo el presidente Hinckley, “la esperanza radiante que hay
en un mundo que se encamina a la autodestrucción” y que “Cuando se salva a una niña, se salva a
generaciones” (“El permanecer firmes e inquebrantables,” Reunión Mundial de Capacitación de
Líderes, 10 de enero de 2004, págs. 21-22).
Permítanme explorar estos cinco puntos.
Debemos enseñar a las mujeres jóvenes cómo fortalecer sus hogares y familias actuales.
¡Qué bendición es contar con la nueva frase en el lema de las Mujeres Jóvenes que nos
recuerda de este importantísimo deber! Todas las familias, desde la mejor hasta la más
complicada, necesitan ser fortalecidas. El élder Robert D. Hales dijo: “Si nos imaginamos que
otras familias no tiene ninguna dificultad, es que simplemente no las conocemos bien” (Liahona,
enero de 1994, pág. 10). Además agregó: “Si el ejemplo que recibimos de nuestros padres no fue
bueno, tenemos la responsabilidad de interrumpir ese ciclo... toda persona puede aprender a
superarse y, al hacerlo, traer bendiciones a los miembros de la familia y enseñarles tradiciones
correctas para las generaciones futuras” (Liahona, enero de 1994, pág. 10). Debemos alentar a las
chicas a acudir a sus madres y a sus padres no sólo para recibir ayuda sino también para brindarla.
Nuestras mujeres jóvenes pueden alentar a que se hagan oraciones familiares, se lean las
Escrituras en familia y se observe la noche de hogar con regularidad. Conozco a una Laurel feliz
que mediante su espíritu vivaz siempre reunía a la familia para estas actividades. Las metas del
Progreso Personal instan a las mujeres jóvenes a apoyar a sus familias en tales actividades.
Varias de las integrantes de nuestra mesa general se criaron en hogares con padres que no
estaban muy activos en la Iglesia. Una de ellas tenía una líder de Mujeres Jóvenes muy sabia que
le aconsejó acompañar a su familia a las actividades recreativas los domingos pero a la vez
mantener sus normas personales, de modo tal que si iban a un club de natación, ella les
acompañaba para estar con ellos, pero no nadaba. Así logró edificar una tierna relación con ellos.
Conozco a una mujer joven que con pesar vio a su hermano juntarse con los amigos
errados. Una noche, tras orar con fervor por él, ella hizo caso a un susurro espiritual que le
indicaba que fuera a recogerlo de la fiesta en que estaba. Dieron vueltas en el automóvil por
bastante rato mientras conversaban sobre quién era él como miembro de su familia y como
integrante de la familia del Padre Celestial y sobre la responsabilidad que él tenía de honrar tal
identidad. Logró cambiar su vida, en parte por causa del amor de su hermana.
Los jóvenes a menudo se sienten solos o aislados, ya sea en lo social o espiritual. El mejor
antídoto radica en la amistad con sus hermanos, como sucedió en el caso de una adolescente que
fue rechazada por unas muchachas de su escuela. Sus hermanos la ayudaron a sentirse mejor ya
que la incluyeron en sus actividades y le dieron dosis adicionales de amor.
Todos estos son ejemplos de mujeres jóvenes que fortalecieron sus hogares y familias
actuales. Cuando los jóvenes prestan servicio a la familia, sus vidas reciben fe, esperanza y
fortaleza, porque servir a la familia es una forma de guardar convenios, y guardar convenios da
como resultado el cumplimiento de la promesa de que tendremos el Espíritu en nuestras vidas. Así
que reitero este primer punto: debemos ayudar a que nuestras mujeres jóvenes comiencen dónde
estén, en el tipo de familia que estén, a fortalecer sus propios hogares y familias.
Debemos preparar a las mujeres jóvenes brindándoles las habilidades, tanto temporales
como espirituales, que bendecirán sus hogares futuros.
Cuando pienso en la preparación, pienso en el capitán Moroni, un maestro a la hora de
preparar a su pueblo tanto temporal como espiritualmente. Lo preparó de tres formas: fortificó las
ciudades para que fueran lugares de refugio (Alma 49:4); preparó soldados con armaduras (Alma
43:19), y preparó las mentes y los corazones de la gente al fortalecerles los ideales y la resolución
(Alma 43:45).
¿Cómo fortalecemos a nuestras muchachas? Al igual que el pueblo de Moroni, necesitan
poder refugiarse del mundo en lugares como el hogar y la Iglesia; necesitan en sus mentes y
corazones la fortaleza de la fe, el testimonio y el conocimiento de quiénes son; y necesitan que se
las arme con las habilidades temporales y espirituales que las prepararen para salir al mundo y
establecer hogares fuertes y rectos. Es mí parecer que una de las formas de armar a nuestras
chicas es darles habilidades temporales, es decir, talentos. Sabemos que para el Señor, como nos
dice en Doctrina y Convenios 29:34, todas las cosas son espirituales: “Por tanto, de cierto os digo
que para mí todas las cosas son espirituales; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese
temporal”.
Un ejemplo de ello es la cocina. Cuando una joven aprende a preparar comidas sabrosas y
nutritivas, obtiene habilidades que le permitirán bendecir a su futura familia, no sólo temporal sino
espiritualmente. La destreza culinaria puede brindarle a la mujer joven un instrumento para crear
ocasiones que por lo apetecibles hagan que las personas de su hogar se junten a conversar y crear
vínculos mutuos. Las habilidades de cocina ofrecen la oportunidad de que ocurran cosas
espirituales en la familia. La hermana Janette Hales Beckham consideraba que en torno a la mesa
de la cena se juntaba la familia no solamente para obtener alimento físico sino también espiritual.
Quienes aprenden a preparar comidas caseras poseen una habilidad que les ayuda también a crear
buenos hogares.
Las aptitudes de ama de casa se van convirtiendo en un arte perdida. Me preocupa porque
al perder la sociedad sus amas de casa, se genera una falta de refugio emocional que se parece a la
de quienes no tiene vivienda, acarreando problemas parecidos, como la desesperación, la falta de
estimación propia, las drogas y la inmoralidad. En una revista que lleva por título The Family in
America [La familia en Estados Unidos], Bryce Christensen explora el tema. Indica que la
cantidad de vagabundos en las calles “no refleja ni parte del alcance de la falta de hogares en
Estados Unidos. En particular al notar que ¿desde cuándo la falta de un hogar se refiere
únicamente a la falta de vivienda? El hogar [es] más que tener techo; es también en lo emocional
una dedicación, una seguridad, un formar parte. El hogar conlleva más que un techo y un radiador
caliente puesto que es un lugar santificado por los duraderos lazos del matrimonio, el ser padres y
las obligaciones familiares; un lugar que exige sacrificio y devoción pero a su vez promete un
cuidado amoroso y una aceptación cálida” (“Homeless America: What the Disappearance of the
American Homemaker Really Means,” The Family in America, vol. 17, no. 1, enero de 2003,
pág. 1).
Así que debemos enseñar cómo desarrollar habilidades de ama de casa, incluyendo las
prácticas, como cocinar, coser, llevar un presupuesto y embellecer. Debemos explicar a las
mujeres jóvenes que las habilidades de ama de casa son honorables y pueden ayudarles tanto
espiritual como temporalmente. Hacer que una casa sea agradable en lo físico alentará a los seres
queridos a querer estar en dicho lugar. Para el Señor, la preparación temporal es espiritual porque
creará el tipo de ambiente que invita al Espíritu.
En un ambiente así, las habilidades espirituales como la pacificación y la abnegación se
aprenden con mayor facilidad. No hay duda de que en nuestros hogares debemos seguir el patrón
del Señor para preparar Sus templos: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y
estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de
instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (D. y C. 88:119). El valerse
de todo talento, sea práctico o espiritual, con el fin de crear un hogar invita la presencia del
Espíritu dentro de dicho hogar.
Las clases de los domingos, la Mutual, el Progreso Personal son todos programas que
brindan espacios y maneras de enseñar estas lecciones necesarias. Espero que empleemos los
amplios recursos de las hermanas de la Sociedad de Socorro para que nos ayuden. Me parece que
todas conocen mi propia historia personal como asesora de las Laureles, esas jovencitas a las que
les quedaba un año antes de enfrentarse solas al mundo. Les recordé ese hecho a ellas y les
pregunté qué era lo que todavía les faltaba saber para estar listas cuando llegara tal independencia.
Planificamos las actividades de Mutual en base a la lista que generaron de necesidades: conciliar la
chequera, solicitar empleo o cupo en una universidad, cocinar algo más que galletas, etc. Ya no
tuve problemas de asistencia porque estábamos preparando a las mujeres jóvenes para cumplir
con sus importantes funciones futuras. Al trabajar en conjunto para desarrollar nuevas habilidades,
percibí que al aprender a hacer cosas temporales, algunas habilidades espirituales se desarrollaban
simultáneamente. Surgieron una amistad y una preocupación más sinceras de las unas por las
otras, y sus madres me comentaron que la constitución espiritual de sus hogares mejoraba a
medida que las muchachas compartían algunas de las habilidades que estaban adquiriendo.
Fui testigo del bello ejemplo de un barrio en Oklahoma que se valía de la Mutual y las
clases los domingos para enseñar una técnica importante en la vida que podría bendecir sus
hogares actuales y futuros así como sus comunidades. A medida que enseñaron a las chicas a
hablar por señas, en ellas se desarrolló algo más, ya que empezaron a extender una mano de
abnegado servicio a alguien que lo necesitaba. Faltaba poco para que Alexis, una niña con
dificultades auditivas, entrara a las Mujeres Jóvenes como Abejita. La presidenta de las Mujeres
Jóvenes había estado orando con ahínco para saber cuál era la mejor forma de ayudarla. Una
noche, en un sueño vívido vio a todas las Mujeres Jóvenes recitar por señas el lema de las Mujeres
Jóvenes a Alexis. Supo qué tenía que hacer.
Aunque ella misma no sabía hablar en señas, emprendió la tarea de aprender y enseñarlo a
las muchachas en lo que fue un esfuerzo monumental de varios meses. El día de su cumpleaños,
Alexis asistió por primera vez a las Mujeres Jóvenes, acompañada de su madre para que le
interpretara. La presidenta de las Mujeres Jóvenes le dijo, usando señas: “Por favor ven aquí
adelante. Te tenemos una sorpresa”. Acto seguido, todas las mujeres jóvenes y sus líderes
recitaron el lema de las Mujeres Jóvenes con los labios y por señas. Se sintió la fortísima presencia
del Espíritu porque el silente mensaje se hacía oír con toda claridad: ella pertenecía con las demás.
Todas experimentaron en diminuta porción lo que es amar como el Salvador, y les gustó lo que
sintieron.
Así comenzaron un aprendizaje y servicio continuos. Algunas de las muchachas
aprendieron más del lenguaje gestual para estar en mejor condición de servir a Alexis ofreciéndole
interpretación en campamentos y reuniones, y como amigas la ayudaron a comunicarse en la
escuela.
Después los presbíteros del barrio quisieron participar en ello, así que aprendieron a hacer
las oraciones sacramentales por señas. La mamá de Alexis nos contó la siguiente anécdota: “Uno
de los hombre jóvenes aprendió las oraciones sacramentales. La primera semana que oró así, el
padre del chico se me acercó después de la reunión sacramental y me dijo: ‘¿Puede pedirle a mi
hijo que haga eso siempre?’. Yo le pregunté: ‘¿Por qué?’. Y él me dijo: ‘Esta semana ha habido
un espíritu muy distinto en nuestro hogar gracias a que nuestro hijo practicó las oraciones
sacramentales. Ha estado practicando una ordenanza, y ha sentido el Espíritu al hacerlo, por lo
cual nuestra familia entera se ha beneficiado, así que queremos que lo haga todas las semanas”.
Aprendí muchas buenas lecciones de las experiencias de ese barrio. Las líderes de las
Mujeres Jóvenes siguieron los susurros del Espíritu sobre cómo satisfacer las necesidades de una
mujer joven. En la solución a su dilema incluyeron a todas las mujeres jóvenes, enseñándoles una
técnica práctica, es decir temporal, mediante lo cual se ayudó a que las muchachas se
desarrollaran espiritualmente también. Se empleó la Mutual de forma provechosa todas las
semanas para lograr la meta. Cuando se puso en práctica lo aprendido, sirvió y bendijo a otra
persona, y las mujeres jóvenes probaron la dulzura del servicio, la dulzura del Espíritu.
Reitero que esto es lo que las líderes deben hacer. Debemos preparar a las mujeres jóvenes
brindándoles las habilidades, tanto temporales como espirituales, que bendecirán sus hogares
futuros.
Debemos inspirar a las mujeres jóvenes para que deseen ser extraordinarias esposas,
madres y amas de casa.
Los dos instrumentos más poderosos que tenemos para inspirar a nuestras mujeres jóvenes
son (1) el ejemplo y (2) las palabras sinceras.
Una vez más, podemos seguir las lecciones de liderazgo de Moroni. Una de las formas en
que mejor enseñaba al pueblo era mediante el ejemplo. Él deseaba que fueran un pueblo firme en
la fe de Cristo. El pueblo sabía lo que era ser así porque veía a Moroni vivir con fe en Cristo. “Y
era Moroni un hombre fuerte y poderoso, un hombre de un entendimiento perfecto; sí, un hombre
que no se deleitaba en derramar sangre; un hombre cuya alma se regocijaba en la libertad e
independencia de su país... un hombre cuyo corazón se henchía de agradecimiento a su Dios... un
hombre que trabajaba en gran manera por el bienestar y la seguridad de su pueblo... un hombre
firme en la fe de Cristo” (Alma 48:11--13). En todo aspecto fue un gran ejemplo para su pueblo.
De alguna manera, ver cómo se hace algo nos permite saber cómo nosotros lo podemos hacer
mejor.
He visto a muchas inspiradoras líderes de Mujeres Jóvenes que eran un ejemplo de cómo
vivir sus funciones con nobleza y dicha. Recuerdo el poderoso ejemplo de mi asesora de Laureles
que, a pesar de que su esposo estaba inactivo, crió fielmente a sus hijos en la Iglesia. Conozco a
una mujer joven cuyos padres no estaban activos en la Iglesia, pero ella era moldeable y
enseñable, y aprendió bien de los ejemplos de sus líderes. Al participar junto a sus líderes en
ayunos y noches de hogar, aprendió a llevar a cabo dichas actividades.
El mejor y más constante ejemplo que tuve de aprender la dicha de ser ama de casa y
mamá fue mi propia madre. Me dijo muchas veces al día cuán preciado era para ella el ser madre y
ama de casa, y en toda acción vivió de acuerdo con lo que dijo. Cantaba al doblar la ropa; se
sentía dichosa al desenvainar la arvejas del huerto; se regocijaba por causa del olor a limpio con
que quedaba un baño recién desinfectado; me enseñó a leer y escribir, a coser y cocinar, a amar y
servir. Atesoraba a cada hijo individualmente, y nos enseñó y reafirmó. Trabajó con abnegación y
sin descanso, siempre considerando al templo como el modelo de un hogar ideal. Por causa de
que ella irradiaba el Espíritu y Sus frutos --amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza-- yo lo sentía y sabía que quería esas mismas cosas en mi vida. El
ejemplo de ella sigue siendo todo para mí y todavía me llega a diario.
Quiero que todas ustedes sepan el gran gozo que siento porque soy madre, esposa y ama
de casa. Debemos expresarlo a menudo y vivir con dicho gozo en nuestras acciones y rostros.
Debemos ayudar a las mujeres jóvenes a tener la valentía de enfrentar un mundo que
profana a la familias y sus valores.
Cuando tuve a mis hijos, las enfermeras y doctores me dijeron con osadía después de los
primeros dos que dejara de tener hijos, e incluso los desconocidos en el supermercado me ofrecía
sus opiniones sin que yo las pidiera sobre mis decisiones familiares. Pero esa oposición no es nada
comparada con los retos que enfrentan en la actualidad las mujeres jóvenes.
La atracción entre personas del mismo sexo, el aborto, el vivir juntos sin casarse, la
inmoralidad y la violencia son temas que con cada paso nos echan en cara. Últimamente me ha
resultado un poco alarmante sentir la furia de las embestidas de Satanás en contra de la familia.
Aunque esté preocupada, no tengo miedo, ya que el miedo es lo contrario a la fe. Pablo le
dijo a Timoteo que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Tengo fe en Jesucristo y su Evangelio restaurado a la tierra. Me siento facultada por las
verdades del Evangelio que la proclamación de la familia declara concisamente. Toma una postura
ante cada uno de los temas que acabo de mencionar y ante otros. Escuchen:
Atracción entre personas del mismo sexo: “El ser hombre o mujer es una característica
esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal,
mortal y eterna... También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de
la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados,
como esposo y esposa”.
Aborto: “Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios”.
Vivir juntos sin casarse: “El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su
plan eterno”.
Divorcio: “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el
uno al otro, y también a sus hijos”.
Inmoralidad: “Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad... que un día
deberán responder ante Dios”.
Violencia: “Advertimos a las personas que... abusan de su cónyuge o de sus hijos...que un
día deberán responder ante Dios” (“La familia: Una proclamación para el mundo”
Liahona, junio de 1996, pág. 10).
Estas verdades no sólo me fortalecen sino que me hacen sentir que un Padre Celestial
sabio y omnisapiente me ama muchísimo y nos ha bendecido con profetas y apóstoles que guían
esta Iglesia. Me siento sumamente agradecida por la confirmación personal de que somos Sus
hijos. Para Él, estamos contados; nos conoce por nombre. Si nuestras mujeres jóvenes pueden
saber de Su amor y pueden cimentarse en las verdades del Evangelio, no temerán.
Se nos ha enseñado que “si estáis preparados, no temeréis” (D. y C. 38:30). El presidente
Packer nos ha prometido que nuestros jóvenes podrán crecer sin miedo y con felicidad en esta
época de pruebas si están preparados con testimonios fuertes. Dijo él: “Ellos no deben temer;
tampoco nosotros. El miedo es lo contrario de la fe. He formado parte de los consejos de la
Iglesia y he visto muchas cosas, como el desaliento y el shock y la preocupación, pero jamás he
visto miedo. Los jóvenes deben tener la esperanza de que llevarán una vida feliz. Contraerán
matrimonio, criarán su familia en la Iglesia y enseñarán a sus pequeños lo que ustedes les hayan
enseñado. Ellos, a su vez, enseñarán a sus hijos y a sus nietos” (“La única defensa pura”, [discurso
para los maestros de seminario e instituto, 6 de febrero de 2004], pág. 6).
Equipadas con testimonios fuertes del Evangelio y un conocimiento firme de la doctrina
eterna, las mujeres jóvenes tendrán el valor de enfrentar un mundo que profana a la familia.
Debemos recalcar la responsabilidad y el privilegio eternos de ser madre y ayudar a las
mujeres jóvenes a que comprendan que cada una formará un hogar y ejercerá influencia
sobre los niños, tengan ellas o no la oportunidad de casarse durante esta vida.
En el mundo preterrenal, el hombre y la mujer gozaban de plena igualdad en calidad de
hijos espirituales del Padre Celestial, pero nuestras funciones y asignaciones eran distintas. Esas
diferencias eran eternas. A los hombres se les dio la responsabilidad de ser padres y poseer el
sacerdocio, y a las mujeres se les dio la función de ser madres y hermanas unas con otras. La
proclamación declara que “Cada [ser humano] es un amado hijo o hija espiritual de padres
celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos” (“La familia: Una
proclamación para el mundo” Liahona, junio de 1996, pág. 10).
Las mujeres de Dios siempre bendecirán e influirán las vidas de los demás. Tal es nuestra
asignación, tengamos o no la oportunidad de casarnos durante esta vida. Mi prima Carrie fue un
ejemplo invalorable de lo que es ser una hermana soltera feliz, generosa y amorosa que servía para
bendecir a toda persona con la que tenía contacto. Falleció en un accidente automovilístico sin
tener todavía 40 años, pero su último acto de bondad antes de su inesperada muerte fue armar
álbumes de recortes (mini historias de vida) para cada uno de sus sobrinos. Se encontraba
cumpliendo con su misión al grado que le era posible dentro de las oportunidades que se le
presentaron.
El presidente Kimball habló sobre la influencia de las fuertes mujeres de Dios en el mundo.
Declaró: “Gran parte del enorme crecimiento que tendrá la Iglesia en estos últimos días se deberá
a que habrá muchas mujeres en el mundo que, teniendo un gran sentido de espiritualidad interior,
se sentirán atraídas a la Iglesia en grandes números, pero esto sólo puede suceder si las mujeres de
la Iglesia viven en forma justa y prudente hasta el punto de que las consideren diferentes --de buen
modo-- de las del mundo” (Véase Liahona, enero de 1980, págs. 102-104).
Somos distintas de formas alegres porque sabemos quienes somos eternamente. Aprecio
un magnífico discurso que dio la hermana Sheri Dew sobre la maternidad. No fue solamente
poderoso por su contenido doctrinal sino por la forma en que se lo presentó ya que se trataba de
una soltera que entendía y creía en la doctrina de que como mujeres a todas se nos ha dado la
función de la maternidad y crianza. Así que el quinto punto que debemos recalcar a las jovencitas
es que su llamamiento de ser madres es de naturaleza eterna, y debemos enseñar con sensibilidad a
cada una cómo cumplir con dicho llamamiento dentro de las oportunidades que en esta vida se
presenten.
Conclusión
Ahora quisiera elogiarlas a ustedes, magníficas líderes. He pensado mucho en el manto
que llevan cuando se las aparta para guiar, el cual me parece muy real a medida que presencio los
pequeños milagros que ustedes obran. Hace poco he leído nuevamente el pequeño segmento en 2
Reyes 2:8-15 en el cual se relata que el manto de Elías cae sobre Eliseo. Antes de que Elías fuera
arrebatado en un carro de fuego, le dijo a Eliseo: “Pide lo que quieras que haga por ti, antes que
yo sea quitado de ti”. Lo único que pidió Eliseo fue que “una doble porción de tu espíritu sea
sobre mí”. Y cuando los hijos de los profetas vieron a Eliseo, dijeron: “El espíritu de Elías reposó
sobre Eliseo.” Así que fue bendecido con que se cumpliera lo que pidió, y ése es el manto: el
Espíritu. Cuando veo el magnífico trabajo que hacen ustedes, creo que una doble porción de
dicho Espíritu reposa sobre quienes trabajan en las Mujeres Jóvenes.
Sé que necesitan del Espíritu en sus funciones tan exigentes, y espero que el Espíritu les
ayude a saber cómo simplificar. A lo que me refiero es a que dediquen a las cosas importantes el
valioso tiempo con que cuentan. Enseñen principios y doctrina. Brinden amor. Sean ejemplos.
Hagan que sus enseñanzas sea lo más llamativas y sencillas posible. Recuerden el barrio en
Oklahoma en el que se dedicaron varias actividades de Mutual a aprender a hablar en señas. No se
hizo mucho alarde del asunto, pero observen los importantes y continuos resultados.
Si bien lo que hacemos actualmente con las mujeres jóvenes es crucial para salvar el
mundo, lo que hacemos con nuestros llamamientos eternos es incluso más importante. También
llevamos el manto de nuestros llamamientos como esposas, madres y amas de casa. Necesitamos
acudir al Señor para recibir una doble porción del Su Espíritu que nos ayude en nuestros papeles
eternos. Puede que nuestros hogares sean nuestra última línea de defensa y único lugar de refugio,
como profetizan nuestros profetas.
Hace poco acudí a casa de mis padres en busca de refugio. Poco después de ser llamada a
este cargo, visité a mis padres quienes están prestando servicio en calidad de presidente de templo
y de directora de las obreras del Templo de Nauvoo, Illinois. Aunque viven en una casa preciosa
en todo sentido, no es la casa de mis primeros años y, como tal, para mí carece de cualquier
recuerdo nostálgico. Pero cuando aquella noche entré en esa casa tras un largo día de viaje y
varias semanas prolongadas de sentirme abrumada, supe que había llegado a mi hogar. El hogar
no es sencillamente un lugar sino un sentimiento. Había llegado yo a mi hogar de amor, alimento,
consuelo, sabiduría, buenas conversaciones, sentido del humor, descanso y, también, mi sopa
favorita. Pasé unos días siendo renovada y animada en formas que se dan mejor en el hogar. A
pesar de que mis padres llevaban el manto del llamamiento de servir en el templo, no olvidaron su
llamamiento más importante, el de ser padres. Les ruego que sean buenas líderes sin abandonar
sus responsabilidades del hogar.
Cuando busqué refugio en casa de mis padres, la cual se encuentra en la histórica Nauvoo,
la ciudad de José, naturalmente me puse a pensar en el profeta José Smith. Recordé que tras
experimentar la más gloriosa visión celestial de esta dispensación, aquel muchacho de catorce
años regresó a casa, a ese hogar que era santuario de amor, aceptación y comprensión. Su madre,
sensible al espíritu de su hijo, le preguntó qué pasaba. Ella percibió algo, y él entendió que el
ambiente era propicio para confiarle a su madre lo ocurrido. Ella le creyó. A medida que se corrió
la voz, otros lo persiguieron, y su hogar se convirtió en un verdadero santuario en la tormenta y
lucha.
La restauración del Evangelio de Jesucristo ocurrió gracias al profeta José Smith. Gracias
a dicha restauración, una vez más contamos con el sacerdocio en la tierra. Es por medio de dicho
sacerdocio que disponemos de todas las ordenanzas que nos atan y sellan como familias. Y tales
ordenanzas selladoras establecen los cimientos de los hogares en lo que nos podemos refugiar de
las tormentas.
El presidente Boyd K. Packer dijo hace poco a los maestros de seminario e instituto: “El
propósito mismo de la Restauración se centra en la autoridad de sellamiento, en las ordenanzas
del templo, en el bautismo por los muertos, en el matrimonio eterno y en el aumento eterno, ¡en la
familia!
“El Señor les dio la primera responsabilidad a los padres: ‘Y además, si hay padres que
tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la
doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don
del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será
sobre la cabeza de los padres...
“‘Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor’ (D. y C.
68:25, 28).
“Existe ‘el escudo de la fe con el cual podréis apagar todos los dardos encendidos de los
malvados’ (D. y C. 27:17).
“Ese escudo de fe se forja a mano en la industria casera. Lo que es más valioso se hace
idealmente en el hogar. Ese escudo se puede pulir en la sala de clase, pero se forja y se adapta en
casa, hecho a mano para cada persona.
“Muchos no cuentan con el apoyo de la familia. Cuando ese escudo no se proporciona en el
hogar, debemos y podemos forjarlo nosotros. Ustedes, y los líderes y maestros se convierten en la
primera línea de defensa” (“La única defensa pura”, [discurso para los maestros de seminario e
instituto, 6 de febrero de 2004], pág. 5).
Una vez más, tenemos a Moroni como ejemplo de un líder que se mantuvo en la línea de
defensa, que preparó a su pueblo para la guerra. No obstante, los valientes 2.000 jóvenes
guerreros de su época no contaban sólo con la protección de los escudos que él les preparó sino
de los escudos de la fe que habían sido forjados “a mano en la industria casera”. Sus madres les
habían enseñado a tener fe en que “si no dudaban, Dios los libraría Y me repitieron las palabras de
sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían” (Alma 56:47-48).
¡Cuán significativa es nuestra función de madre! ¡Cuán cruciales nuestras funciones de
líderes! Se trata de “la esperanza radiante” que hay en el mundo hoy en día. Les amo y confío
plenamente en ustedes. Sé que la obra a la que estamos consagradas es Su obra, y estoy
agradecida por el maravilloso privilegio que tenemos de ser instrumentos en sus manos. Ruego
que el Señor les bendiga con una doble porción de Su Espíritu en sus importantes y eternos
llamamientos.
Fortalecer el hogar y la familia
Susan W. Tanner
Presidenta General de las Mujeres Jóvenes
Abril de 2004
Hace varios años, después de una Conferencia General, les preguntamos a nuestros hijos
qué les había gustado de la conferencia. Nuestra hija, que en ese entonces tenía 16 años, dio una
respuesta llena de entusiasmo: “¡Me encantó! Me encantó escuchar a profetas y líderes inspirados
e inteligentes declarar apoyo a la maternidad”. Acto seguido nos dijo que ésa era una de las
inquietudes perturbadoras de su vida: “Ya nadie nos habla de ello, ni en seminario, ni en Mujeres
Jóvenes y, por supuesto, ni en la escuela, ni en ningún lugar salvo en el hogar”. No sé si lo
experimentando por ella se parece a lo que experimentan otras mujeres jóvenes, pero sospecho
que sí. Sé que por algún tiempo no ha estado en boga que las mujeres, sean jóvenes o no, exalten
las virtudes de la maternidad o que expresen el deseo que llevan en el corazón de ser madres.
Observé esto con claridad hace algunas semanas cuando conocí por primera vez a un
grupo de unas 20 Laureles a las que pregunté sus metas. Las primeras mencionaron metas como
la de obtener el título más avanzado posible en biología, mientras otras dijeron que querían salir a
la misión, todas éstas metas dignas. Finalmente, una muchacha expresó con timidez su deseo de
ser madre, tras quien varias chicas más mencionaron otras metas. Después de que una segunda
muchacha mencionó la maternidad, las restantes dijeron lo mismo, pero requirió mucho valor de
parte de esas dos primeras chicas admitir que querían ser madres. Y eso que estábamos en un
ambiente en que dicha opinión no sería atacada.
Además del hecho de que una admisión así puede convertir a la muchacha en objeto de
burla, también la puede poner en posición de fracasar. Tal vez a ella le parezca que se trata de una
meta cuyo logro queda fuera de sus manos, lo cual la puede hacer sentir vulnerable al declarar su
intención. También es una meta que requiere gran abnegación porque tal vez haga necesario dejar
de lado otras metas que suelen ser más glamorosas. Tengo presentes las muchas consideraciones
que nuestras mujeres jóvenes enfrentan, pero aun así siento que debo enseñar principios eternos.
Un día, poco después de que fuimos llamadas a la presidencia, estábamos en una reunión
con uno de nuestros asesores del sacerdocio, y él nos preguntó cuál era nuestra visión para las
mujeres jóvenes. Entre otras cosas, mencionamos que queríamos ayudarlas a prepararse para sus
papeles futuros. Esperó ansiosamente a que le dijéramos más, y finalmente agregó: “¿Por qué no
lo dicen? Digan la palabrita; digan ‘maternidad’. Tienen que ser valientes con el mensaje. Las
mujeres jóvenes y sus líderes necesitan escucharlo. No lo van a escuchar de labios del mundo, así
que tiene que salir de ustedes”.
Leí nuevamente los discursos que inspiraron a nuestra hija así como los discursos que dio
el presidente Kimball en las primeras reuniones generales de mujeres y los que dieron el presidente
Benson y el presidente Hinckley a las mujeres jóvenes y adultas, al igual que otros discursos de
nuestros profetas. Las bellas verdades de dichos discursos se encuentran ahora declaradas con
precisión en la histórica proclamación para el mundo sobre la familia.
Me llena de entusiasmo, al igual que a nuestra hija, que bondadosos y sabios apóstoles y
profetas me reafirmen y fortalezcan en mis funciones. He memorizado palabra por palabra la
proclamación porque quiero comprenderla mejor, pensar más profundamente en su significado y
tener sus palabras en mi interior para expresar correcta y elocuentemente la doctrina y mi
testimonio doquiera que vaya.
En una reunión de capacitación reciente, la hermana Dalton se topó con un hermano que
una y otra vez levantaba la mano para poner en duda todo lo que ella decía. La hermana habló de
la importancia de emplear los programas de Mujeres Jóvenes para preparar a nuestras jovencitas
para que entren al templo y se conviertan en esposas, madres y amas de casa, concepto al que
también se opuso él. En ese momento, al recordar ella las palabras de la proclamación referentes a
las funciones del padre y de la madre, una calidez le llenó el cuerpo, por lo que prosiguió a
repertirlas, agregando su testimonio de la veracidad de esas declaraciones. El testimonio que ella
dio de tales verdades trajo el Espíritu al salón y desarmó toda posible oposición adicional.
Presten atención al poder de las siguientes palabras que aparecen en la proclamación: “Por
designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la
responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad
primordial de la madre es criar a los hijos. En estas responsabilidades sagradas, el padre y la
madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente” (“La familia: Una proclamación
para el mundo” Liahona, junio de 1996, pág. 10). El padre tiene la enorme responsabilidad de
presidir, proveer y proteger. La madre tiene la sagrada responsabilidad de criar. ¡Cuán llena de
riqueza es la palabra criar! Significa instruir, educar, fomentar desarrollo, promover crecimiento,
nutrir y alimentar, lo cual hace eco del mandato que dio el Señor: “Pastorea a mis ovejas” (Juan
21:16). Y además, el padre y la madre juntos se apoyan y ayudan mutuamente.
Por lo cual hoy quiero declarar apoyo a la maternidad y hablar de la hermosa y reciente
adición al lema de las Mujeres Jóvenes que dice “estaremos preparadas para fortalecer el hogar y
la familia”. Quiero que ustedes lo oigan de mis labios, y a su vez espero que las mujeres jóvenes lo
escuchen de parte de ustedes. He aquí cinco cosas que debemos enseñarles: (1) debemos
enseñarles cómo fortalecer sus hogares y familias actuales; (2) debemos prepararlas brindándoles
las habilidades, tanto temporales como espirituales, que bendecirán sus hogares futuros; (3)
debemos inspirarlas para que deseen ser extraordinarias esposas, madres y amas de casa; (4)
debemos ayudarlas a tener la valentía de enfrentar un mundo que profana a la familia y sus
valores; (5) debemos recalcar la responsabilidad y el privilegio eternos de ser madre y ayudarlas a
que comprendan que cada una formará un hogar y ejercerá influencia sobre los niños, tengan ellas
o no la oportunidad de casarse durante esta vida. Debemos asegurarnos de que sepan que su recta
función femenina en el hogar es, como dijo el presidente Hinckley, “la esperanza radiante que hay
en un mundo que se encamina a la autodestrucción” y que “Cuando se salva a una niña, se salva a
generaciones” (“El permanecer firmes e inquebrantables,” Reunión Mundial de Capacitación de
Líderes, 10 de enero de 2004, págs. 21-22).
Permítanme explorar estos cinco puntos.
Debemos enseñar a las mujeres jóvenes cómo fortalecer sus hogares y familias actuales.
¡Qué bendición es contar con la nueva frase en el lema de las Mujeres Jóvenes que nos
recuerda de este importantísimo deber! Todas las familias, desde la mejor hasta la más
complicada, necesitan ser fortalecidas. El élder Robert D. Hales dijo: “Si nos imaginamos que
otras familias no tiene ninguna dificultad, es que simplemente no las conocemos bien” (Liahona,
enero de 1994, pág. 10). Además agregó: “Si el ejemplo que recibimos de nuestros padres no fue
bueno, tenemos la responsabilidad de interrumpir ese ciclo... toda persona puede aprender a
superarse y, al hacerlo, traer bendiciones a los miembros de la familia y enseñarles tradiciones
correctas para las generaciones futuras” (Liahona, enero de 1994, pág. 10). Debemos alentar a las
chicas a acudir a sus madres y a sus padres no sólo para recibir ayuda sino también para brindarla.
Nuestras mujeres jóvenes pueden alentar a que se hagan oraciones familiares, se lean las
Escrituras en familia y se observe la noche de hogar con regularidad. Conozco a una Laurel feliz
que mediante su espíritu vivaz siempre reunía a la familia para estas actividades. Las metas del
Progreso Personal instan a las mujeres jóvenes a apoyar a sus familias en tales actividades.
Varias de las integrantes de nuestra mesa general se criaron en hogares con padres que no
estaban muy activos en la Iglesia. Una de ellas tenía una líder de Mujeres Jóvenes muy sabia que
le aconsejó acompañar a su familia a las actividades recreativas los domingos pero a la vez
mantener sus normas personales, de modo tal que si iban a un club de natación, ella les
acompañaba para estar con ellos, pero no nadaba. Así logró edificar una tierna relación con ellos.
Conozco a una mujer joven que con pesar vio a su hermano juntarse con los amigos
errados. Una noche, tras orar con fervor por él, ella hizo caso a un susurro espiritual que le
indicaba que fuera a recogerlo de la fiesta en que estaba. Dieron vueltas en el automóvil por
bastante rato mientras conversaban sobre quién era él como miembro de su familia y como
integrante de la familia del Padre Celestial y sobre la responsabilidad que él tenía de honrar tal
identidad. Logró cambiar su vida, en parte por causa del amor de su hermana.
Los jóvenes a menudo se sienten solos o aislados, ya sea en lo social o espiritual. El mejor
antídoto radica en la amistad con sus hermanos, como sucedió en el caso de una adolescente que
fue rechazada por unas muchachas de su escuela. Sus hermanos la ayudaron a sentirse mejor ya
que la incluyeron en sus actividades y le dieron dosis adicionales de amor.
Todos estos son ejemplos de mujeres jóvenes que fortalecieron sus hogares y familias
actuales. Cuando los jóvenes prestan servicio a la familia, sus vidas reciben fe, esperanza y
fortaleza, porque servir a la familia es una forma de guardar convenios, y guardar convenios da
como resultado el cumplimiento de la promesa de que tendremos el Espíritu en nuestras vidas. Así
que reitero este primer punto: debemos ayudar a que nuestras mujeres jóvenes comiencen dónde
estén, en el tipo de familia que estén, a fortalecer sus propios hogares y familias.
Debemos preparar a las mujeres jóvenes brindándoles las habilidades, tanto temporales
como espirituales, que bendecirán sus hogares futuros.
Cuando pienso en la preparación, pienso en el capitán Moroni, un maestro a la hora de
preparar a su pueblo tanto temporal como espiritualmente. Lo preparó de tres formas: fortificó las
ciudades para que fueran lugares de refugio (Alma 49:4); preparó soldados con armaduras (Alma
43:19), y preparó las mentes y los corazones de la gente al fortalecerles los ideales y la resolución
(Alma 43:45).
¿Cómo fortalecemos a nuestras muchachas? Al igual que el pueblo de Moroni, necesitan
poder refugiarse del mundo en lugares como el hogar y la Iglesia; necesitan en sus mentes y
corazones la fortaleza de la fe, el testimonio y el conocimiento de quiénes son; y necesitan que se
las arme con las habilidades temporales y espirituales que las prepararen para salir al mundo y
establecer hogares fuertes y rectos. Es mí parecer que una de las formas de armar a nuestras
chicas es darles habilidades temporales, es decir, talentos. Sabemos que para el Señor, como nos
dice en Doctrina y Convenios 29:34, todas las cosas son espirituales: “Por tanto, de cierto os digo
que para mí todas las cosas son espirituales; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese
temporal”.
Un ejemplo de ello es la cocina. Cuando una joven aprende a preparar comidas sabrosas y
nutritivas, obtiene habilidades que le permitirán bendecir a su futura familia, no sólo temporal sino
espiritualmente. La destreza culinaria puede brindarle a la mujer joven un instrumento para crear
ocasiones que por lo apetecibles hagan que las personas de su hogar se junten a conversar y crear
vínculos mutuos. Las habilidades de cocina ofrecen la oportunidad de que ocurran cosas
espirituales en la familia. La hermana Janette Hales Beckham consideraba que en torno a la mesa
de la cena se juntaba la familia no solamente para obtener alimento físico sino también espiritual.
Quienes aprenden a preparar comidas caseras poseen una habilidad que les ayuda también a crear
buenos hogares.
Las aptitudes de ama de casa se van convirtiendo en un arte perdida. Me preocupa porque
al perder la sociedad sus amas de casa, se genera una falta de refugio emocional que se parece a la
de quienes no tiene vivienda, acarreando problemas parecidos, como la desesperación, la falta de
estimación propia, las drogas y la inmoralidad. En una revista que lleva por título The Family in
America [La familia en Estados Unidos], Bryce Christensen explora el tema. Indica que la
cantidad de vagabundos en las calles “no refleja ni parte del alcance de la falta de hogares en
Estados Unidos. En particular al notar que ¿desde cuándo la falta de un hogar se refiere
únicamente a la falta de vivienda? El hogar [es] más que tener techo; es también en lo emocional
una dedicación, una seguridad, un formar parte. El hogar conlleva más que un techo y un radiador
caliente puesto que es un lugar santificado por los duraderos lazos del matrimonio, el ser padres y
las obligaciones familiares; un lugar que exige sacrificio y devoción pero a su vez promete un
cuidado amoroso y una aceptación cálida” (“Homeless America: What the Disappearance of the
American Homemaker Really Means,” The Family in America, vol. 17, no. 1, enero de 2003,
pág. 1).
Así que debemos enseñar cómo desarrollar habilidades de ama de casa, incluyendo las
prácticas, como cocinar, coser, llevar un presupuesto y embellecer. Debemos explicar a las
mujeres jóvenes que las habilidades de ama de casa son honorables y pueden ayudarles tanto
espiritual como temporalmente. Hacer que una casa sea agradable en lo físico alentará a los seres
queridos a querer estar en dicho lugar. Para el Señor, la preparación temporal es espiritual porque
creará el tipo de ambiente que invita al Espíritu.
En un ambiente así, las habilidades espirituales como la pacificación y la abnegación se
aprenden con mayor facilidad. No hay duda de que en nuestros hogares debemos seguir el patrón
del Señor para preparar Sus templos: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y
estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de
instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (D. y C. 88:119). El valerse
de todo talento, sea práctico o espiritual, con el fin de crear un hogar invita la presencia del
Espíritu dentro de dicho hogar.
Las clases de los domingos, la Mutual, el Progreso Personal son todos programas que
brindan espacios y maneras de enseñar estas lecciones necesarias. Espero que empleemos los
amplios recursos de las hermanas de la Sociedad de Socorro para que nos ayuden. Me parece que
todas conocen mi propia historia personal como asesora de las Laureles, esas jovencitas a las que
les quedaba un año antes de enfrentarse solas al mundo. Les recordé ese hecho a ellas y les
pregunté qué era lo que todavía les faltaba saber para estar listas cuando llegara tal independencia.
Planificamos las actividades de Mutual en base a la lista que generaron de necesidades: conciliar la
chequera, solicitar empleo o cupo en una universidad, cocinar algo más que galletas, etc. Ya no
tuve problemas de asistencia porque estábamos preparando a las mujeres jóvenes para cumplir
con sus importantes funciones futuras. Al trabajar en conjunto para desarrollar nuevas habilidades,
percibí que al aprender a hacer cosas temporales, algunas habilidades espirituales se desarrollaban
simultáneamente. Surgieron una amistad y una preocupación más sinceras de las unas por las
otras, y sus madres me comentaron que la constitución espiritual de sus hogares mejoraba a
medida que las muchachas compartían algunas de las habilidades que estaban adquiriendo.
Fui testigo del bello ejemplo de un barrio en Oklahoma que se valía de la Mutual y las
clases los domingos para enseñar una técnica importante en la vida que podría bendecir sus
hogares actuales y futuros así como sus comunidades. A medida que enseñaron a las chicas a
hablar por señas, en ellas se desarrolló algo más, ya que empezaron a extender una mano de
abnegado servicio a alguien que lo necesitaba. Faltaba poco para que Alexis, una niña con
dificultades auditivas, entrara a las Mujeres Jóvenes como Abejita. La presidenta de las Mujeres
Jóvenes había estado orando con ahínco para saber cuál era la mejor forma de ayudarla. Una
noche, en un sueño vívido vio a todas las Mujeres Jóvenes recitar por señas el lema de las Mujeres
Jóvenes a Alexis. Supo qué tenía que hacer.
Aunque ella misma no sabía hablar en señas, emprendió la tarea de aprender y enseñarlo a
las muchachas en lo que fue un esfuerzo monumental de varios meses. El día de su cumpleaños,
Alexis asistió por primera vez a las Mujeres Jóvenes, acompañada de su madre para que le
interpretara. La presidenta de las Mujeres Jóvenes le dijo, usando señas: “Por favor ven aquí
adelante. Te tenemos una sorpresa”. Acto seguido, todas las mujeres jóvenes y sus líderes
recitaron el lema de las Mujeres Jóvenes con los labios y por señas. Se sintió la fortísima presencia
del Espíritu porque el silente mensaje se hacía oír con toda claridad: ella pertenecía con las demás.
Todas experimentaron en diminuta porción lo que es amar como el Salvador, y les gustó lo que
sintieron.
Así comenzaron un aprendizaje y servicio continuos. Algunas de las muchachas
aprendieron más del lenguaje gestual para estar en mejor condición de servir a Alexis ofreciéndole
interpretación en campamentos y reuniones, y como amigas la ayudaron a comunicarse en la
escuela.
Después los presbíteros del barrio quisieron participar en ello, así que aprendieron a hacer
las oraciones sacramentales por señas. La mamá de Alexis nos contó la siguiente anécdota: “Uno
de los hombre jóvenes aprendió las oraciones sacramentales. La primera semana que oró así, el
padre del chico se me acercó después de la reunión sacramental y me dijo: ‘¿Puede pedirle a mi
hijo que haga eso siempre?’. Yo le pregunté: ‘¿Por qué?’. Y él me dijo: ‘Esta semana ha habido
un espíritu muy distinto en nuestro hogar gracias a que nuestro hijo practicó las oraciones
sacramentales. Ha estado practicando una ordenanza, y ha sentido el Espíritu al hacerlo, por lo
cual nuestra familia entera se ha beneficiado, así que queremos que lo haga todas las semanas”.
Aprendí muchas buenas lecciones de las experiencias de ese barrio. Las líderes de las
Mujeres Jóvenes siguieron los susurros del Espíritu sobre cómo satisfacer las necesidades de una
mujer joven. En la solución a su dilema incluyeron a todas las mujeres jóvenes, enseñándoles una
técnica práctica, es decir temporal, mediante lo cual se ayudó a que las muchachas se
desarrollaran espiritualmente también. Se empleó la Mutual de forma provechosa todas las
semanas para lograr la meta. Cuando se puso en práctica lo aprendido, sirvió y bendijo a otra
persona, y las mujeres jóvenes probaron la dulzura del servicio, la dulzura del Espíritu.
Reitero que esto es lo que las líderes deben hacer. Debemos preparar a las mujeres jóvenes
brindándoles las habilidades, tanto temporales como espirituales, que bendecirán sus hogares
futuros.
Debemos inspirar a las mujeres jóvenes para que deseen ser extraordinarias esposas,
madres y amas de casa.
Los dos instrumentos más poderosos que tenemos para inspirar a nuestras mujeres jóvenes
son (1) el ejemplo y (2) las palabras sinceras.
Una vez más, podemos seguir las lecciones de liderazgo de Moroni. Una de las formas en
que mejor enseñaba al pueblo era mediante el ejemplo. Él deseaba que fueran un pueblo firme en
la fe de Cristo. El pueblo sabía lo que era ser así porque veía a Moroni vivir con fe en Cristo. “Y
era Moroni un hombre fuerte y poderoso, un hombre de un entendimiento perfecto; sí, un hombre
que no se deleitaba en derramar sangre; un hombre cuya alma se regocijaba en la libertad e
independencia de su país... un hombre cuyo corazón se henchía de agradecimiento a su Dios... un
hombre que trabajaba en gran manera por el bienestar y la seguridad de su pueblo... un hombre
firme en la fe de Cristo” (Alma 48:11--13). En todo aspecto fue un gran ejemplo para su pueblo.
De alguna manera, ver cómo se hace algo nos permite saber cómo nosotros lo podemos hacer
mejor.
He visto a muchas inspiradoras líderes de Mujeres Jóvenes que eran un ejemplo de cómo
vivir sus funciones con nobleza y dicha. Recuerdo el poderoso ejemplo de mi asesora de Laureles
que, a pesar de que su esposo estaba inactivo, crió fielmente a sus hijos en la Iglesia. Conozco a
una mujer joven cuyos padres no estaban activos en la Iglesia, pero ella era moldeable y
enseñable, y aprendió bien de los ejemplos de sus líderes. Al participar junto a sus líderes en
ayunos y noches de hogar, aprendió a llevar a cabo dichas actividades.
El mejor y más constante ejemplo que tuve de aprender la dicha de ser ama de casa y
mamá fue mi propia madre. Me dijo muchas veces al día cuán preciado era para ella el ser madre y
ama de casa, y en toda acción vivió de acuerdo con lo que dijo. Cantaba al doblar la ropa; se
sentía dichosa al desenvainar la arvejas del huerto; se regocijaba por causa del olor a limpio con
que quedaba un baño recién desinfectado; me enseñó a leer y escribir, a coser y cocinar, a amar y
servir. Atesoraba a cada hijo individualmente, y nos enseñó y reafirmó. Trabajó con abnegación y
sin descanso, siempre considerando al templo como el modelo de un hogar ideal. Por causa de
que ella irradiaba el Espíritu y Sus frutos --amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza-- yo lo sentía y sabía que quería esas mismas cosas en mi vida. El
ejemplo de ella sigue siendo todo para mí y todavía me llega a diario.
Quiero que todas ustedes sepan el gran gozo que siento porque soy madre, esposa y ama
de casa. Debemos expresarlo a menudo y vivir con dicho gozo en nuestras acciones y rostros.
Debemos ayudar a las mujeres jóvenes a tener la valentía de enfrentar un mundo que
profana a la familias y sus valores.
Cuando tuve a mis hijos, las enfermeras y doctores me dijeron con osadía después de los
primeros dos que dejara de tener hijos, e incluso los desconocidos en el supermercado me ofrecía
sus opiniones sin que yo las pidiera sobre mis decisiones familiares. Pero esa oposición no es nada
comparada con los retos que enfrentan en la actualidad las mujeres jóvenes.
La atracción entre personas del mismo sexo, el aborto, el vivir juntos sin casarse, la
inmoralidad y la violencia son temas que con cada paso nos echan en cara. Últimamente me ha
resultado un poco alarmante sentir la furia de las embestidas de Satanás en contra de la familia.
Aunque esté preocupada, no tengo miedo, ya que el miedo es lo contrario a la fe. Pablo le
dijo a Timoteo que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Tengo fe en Jesucristo y su Evangelio restaurado a la tierra. Me siento facultada por las
verdades del Evangelio que la proclamación de la familia declara concisamente. Toma una postura
ante cada uno de los temas que acabo de mencionar y ante otros. Escuchen:
Atracción entre personas del mismo sexo: “El ser hombre o mujer es una característica
esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal,
mortal y eterna... También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de
la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados,
como esposo y esposa”.
Aborto: “Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios”.
Vivir juntos sin casarse: “El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su
plan eterno”.
Divorcio: “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el
uno al otro, y también a sus hijos”.
Inmoralidad: “Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad... que un día
deberán responder ante Dios”.
Violencia: “Advertimos a las personas que... abusan de su cónyuge o de sus hijos...que un
día deberán responder ante Dios” (“La familia: Una proclamación para el mundo”
Liahona, junio de 1996, pág. 10).
Estas verdades no sólo me fortalecen sino que me hacen sentir que un Padre Celestial
sabio y omnisapiente me ama muchísimo y nos ha bendecido con profetas y apóstoles que guían
esta Iglesia. Me siento sumamente agradecida por la confirmación personal de que somos Sus
hijos. Para Él, estamos contados; nos conoce por nombre. Si nuestras mujeres jóvenes pueden
saber de Su amor y pueden cimentarse en las verdades del Evangelio, no temerán.
Se nos ha enseñado que “si estáis preparados, no temeréis” (D. y C. 38:30). El presidente
Packer nos ha prometido que nuestros jóvenes podrán crecer sin miedo y con felicidad en esta
época de pruebas si están preparados con testimonios fuertes. Dijo él: “Ellos no deben temer;
tampoco nosotros. El miedo es lo contrario de la fe. He formado parte de los consejos de la
Iglesia y he visto muchas cosas, como el desaliento y el shock y la preocupación, pero jamás he
visto miedo. Los jóvenes deben tener la esperanza de que llevarán una vida feliz. Contraerán
matrimonio, criarán su familia en la Iglesia y enseñarán a sus pequeños lo que ustedes les hayan
enseñado. Ellos, a su vez, enseñarán a sus hijos y a sus nietos” (“La única defensa pura”, [discurso
para los maestros de seminario e instituto, 6 de febrero de 2004], pág. 6).
Equipadas con testimonios fuertes del Evangelio y un conocimiento firme de la doctrina
eterna, las mujeres jóvenes tendrán el valor de enfrentar un mundo que profana a la familia.
Debemos recalcar la responsabilidad y el privilegio eternos de ser madre y ayudar a las
mujeres jóvenes a que comprendan que cada una formará un hogar y ejercerá influencia
sobre los niños, tengan ellas o no la oportunidad de casarse durante esta vida.
En el mundo preterrenal, el hombre y la mujer gozaban de plena igualdad en calidad de
hijos espirituales del Padre Celestial, pero nuestras funciones y asignaciones eran distintas. Esas
diferencias eran eternas. A los hombres se les dio la responsabilidad de ser padres y poseer el
sacerdocio, y a las mujeres se les dio la función de ser madres y hermanas unas con otras. La
proclamación declara que “Cada [ser humano] es un amado hijo o hija espiritual de padres
celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos” (“La familia: Una
proclamación para el mundo” Liahona, junio de 1996, pág. 10).
Las mujeres de Dios siempre bendecirán e influirán las vidas de los demás. Tal es nuestra
asignación, tengamos o no la oportunidad de casarnos durante esta vida. Mi prima Carrie fue un
ejemplo invalorable de lo que es ser una hermana soltera feliz, generosa y amorosa que servía para
bendecir a toda persona con la que tenía contacto. Falleció en un accidente automovilístico sin
tener todavía 40 años, pero su último acto de bondad antes de su inesperada muerte fue armar
álbumes de recortes (mini historias de vida) para cada uno de sus sobrinos. Se encontraba
cumpliendo con su misión al grado que le era posible dentro de las oportunidades que se le
presentaron.
El presidente Kimball habló sobre la influencia de las fuertes mujeres de Dios en el mundo.
Declaró: “Gran parte del enorme crecimiento que tendrá la Iglesia en estos últimos días se deberá
a que habrá muchas mujeres en el mundo que, teniendo un gran sentido de espiritualidad interior,
se sentirán atraídas a la Iglesia en grandes números, pero esto sólo puede suceder si las mujeres de
la Iglesia viven en forma justa y prudente hasta el punto de que las consideren diferentes --de buen
modo-- de las del mundo” (Véase Liahona, enero de 1980, págs. 102-104).
Somos distintas de formas alegres porque sabemos quienes somos eternamente. Aprecio
un magnífico discurso que dio la hermana Sheri Dew sobre la maternidad. No fue solamente
poderoso por su contenido doctrinal sino por la forma en que se lo presentó ya que se trataba de
una soltera que entendía y creía en la doctrina de que como mujeres a todas se nos ha dado la
función de la maternidad y crianza. Así que el quinto punto que debemos recalcar a las jovencitas
es que su llamamiento de ser madres es de naturaleza eterna, y debemos enseñar con sensibilidad a
cada una cómo cumplir con dicho llamamiento dentro de las oportunidades que en esta vida se
presenten.
Conclusión
Ahora quisiera elogiarlas a ustedes, magníficas líderes. He pensado mucho en el manto
que llevan cuando se las aparta para guiar, el cual me parece muy real a medida que presencio los
pequeños milagros que ustedes obran. Hace poco he leído nuevamente el pequeño segmento en 2
Reyes 2:8-15 en el cual se relata que el manto de Elías cae sobre Eliseo. Antes de que Elías fuera
arrebatado en un carro de fuego, le dijo a Eliseo: “Pide lo que quieras que haga por ti, antes que
yo sea quitado de ti”. Lo único que pidió Eliseo fue que “una doble porción de tu espíritu sea
sobre mí”. Y cuando los hijos de los profetas vieron a Eliseo, dijeron: “El espíritu de Elías reposó
sobre Eliseo.” Así que fue bendecido con que se cumpliera lo que pidió, y ése es el manto: el
Espíritu. Cuando veo el magnífico trabajo que hacen ustedes, creo que una doble porción de
dicho Espíritu reposa sobre quienes trabajan en las Mujeres Jóvenes.
Sé que necesitan del Espíritu en sus funciones tan exigentes, y espero que el Espíritu les
ayude a saber cómo simplificar. A lo que me refiero es a que dediquen a las cosas importantes el
valioso tiempo con que cuentan. Enseñen principios y doctrina. Brinden amor. Sean ejemplos.
Hagan que sus enseñanzas sea lo más llamativas y sencillas posible. Recuerden el barrio en
Oklahoma en el que se dedicaron varias actividades de Mutual a aprender a hablar en señas. No se
hizo mucho alarde del asunto, pero observen los importantes y continuos resultados.
Si bien lo que hacemos actualmente con las mujeres jóvenes es crucial para salvar el
mundo, lo que hacemos con nuestros llamamientos eternos es incluso más importante. También
llevamos el manto de nuestros llamamientos como esposas, madres y amas de casa. Necesitamos
acudir al Señor para recibir una doble porción del Su Espíritu que nos ayude en nuestros papeles
eternos. Puede que nuestros hogares sean nuestra última línea de defensa y único lugar de refugio,
como profetizan nuestros profetas.
Hace poco acudí a casa de mis padres en busca de refugio. Poco después de ser llamada a
este cargo, visité a mis padres quienes están prestando servicio en calidad de presidente de templo
y de directora de las obreras del Templo de Nauvoo, Illinois. Aunque viven en una casa preciosa
en todo sentido, no es la casa de mis primeros años y, como tal, para mí carece de cualquier
recuerdo nostálgico. Pero cuando aquella noche entré en esa casa tras un largo día de viaje y
varias semanas prolongadas de sentirme abrumada, supe que había llegado a mi hogar. El hogar
no es sencillamente un lugar sino un sentimiento. Había llegado yo a mi hogar de amor, alimento,
consuelo, sabiduría, buenas conversaciones, sentido del humor, descanso y, también, mi sopa
favorita. Pasé unos días siendo renovada y animada en formas que se dan mejor en el hogar. A
pesar de que mis padres llevaban el manto del llamamiento de servir en el templo, no olvidaron su
llamamiento más importante, el de ser padres. Les ruego que sean buenas líderes sin abandonar
sus responsabilidades del hogar.
Cuando busqué refugio en casa de mis padres, la cual se encuentra en la histórica Nauvoo,
la ciudad de José, naturalmente me puse a pensar en el profeta José Smith. Recordé que tras
experimentar la más gloriosa visión celestial de esta dispensación, aquel muchacho de catorce
años regresó a casa, a ese hogar que era santuario de amor, aceptación y comprensión. Su madre,
sensible al espíritu de su hijo, le preguntó qué pasaba. Ella percibió algo, y él entendió que el
ambiente era propicio para confiarle a su madre lo ocurrido. Ella le creyó. A medida que se corrió
la voz, otros lo persiguieron, y su hogar se convirtió en un verdadero santuario en la tormenta y
lucha.
La restauración del Evangelio de Jesucristo ocurrió gracias al profeta José Smith. Gracias
a dicha restauración, una vez más contamos con el sacerdocio en la tierra. Es por medio de dicho
sacerdocio que disponemos de todas las ordenanzas que nos atan y sellan como familias. Y tales
ordenanzas selladoras establecen los cimientos de los hogares en lo que nos podemos refugiar de
las tormentas.
El presidente Boyd K. Packer dijo hace poco a los maestros de seminario e instituto: “El
propósito mismo de la Restauración se centra en la autoridad de sellamiento, en las ordenanzas
del templo, en el bautismo por los muertos, en el matrimonio eterno y en el aumento eterno, ¡en la
familia!
“El Señor les dio la primera responsabilidad a los padres: ‘Y además, si hay padres que
tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la
doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don
del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será
sobre la cabeza de los padres...
“‘Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor’ (D. y C.
68:25, 28).
“Existe ‘el escudo de la fe con el cual podréis apagar todos los dardos encendidos de los
malvados’ (D. y C. 27:17).
“Ese escudo de fe se forja a mano en la industria casera. Lo que es más valioso se hace
idealmente en el hogar. Ese escudo se puede pulir en la sala de clase, pero se forja y se adapta en
casa, hecho a mano para cada persona.
“Muchos no cuentan con el apoyo de la familia. Cuando ese escudo no se proporciona en el
hogar, debemos y podemos forjarlo nosotros. Ustedes, y los líderes y maestros se convierten en la
primera línea de defensa” (“La única defensa pura”, [discurso para los maestros de seminario e
instituto, 6 de febrero de 2004], pág. 5).
Una vez más, tenemos a Moroni como ejemplo de un líder que se mantuvo en la línea de
defensa, que preparó a su pueblo para la guerra. No obstante, los valientes 2.000 jóvenes
guerreros de su época no contaban sólo con la protección de los escudos que él les preparó sino
de los escudos de la fe que habían sido forjados “a mano en la industria casera”. Sus madres les
habían enseñado a tener fe en que “si no dudaban, Dios los libraría Y me repitieron las palabras de
sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían” (Alma 56:47-48).
¡Cuán significativa es nuestra función de madre! ¡Cuán cruciales nuestras funciones de
líderes! Se trata de “la esperanza radiante” que hay en el mundo hoy en día. Les amo y confío
plenamente en ustedes. Sé que la obra a la que estamos consagradas es Su obra, y estoy
agradecida por el maravilloso privilegio que tenemos de ser instrumentos en sus manos. Ruego
que el Señor les bendiga con una doble porción de Su Espíritu en sus importantes y eternos
llamamientos.


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