sábado, 11 de abril de 2009

Grandiosas promesas cuando obedecemos

Tal como se nos ha aconsejado continuamente durante más de 60 años, almacenemos alimentos que nos sostengan durante un tiempo en caso de necesidad, pero no nos llenemos de pánico ni nos vayamos a los extremos; seamos prudentes en todo respecto. Y sobre todo, mis hermanos y hermanas, sigamos adelante con fe en el Dios Viviente y en Su Hijo Amado.
Grandiosas son las promesas en cuanto a esta tierra de América. Inequívocamente se nos dice que "es una tierra escogida, y cualquier nación que la posea se verá libre de la esclavitud, y del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo" (Éter 2:12). Éste es el meollo del asunto: la obediencia a los mandamientos de Dios.
La Constitución bajo la cual vivimos y la cual no sólo nos ha bendecido sino que se ha convertido en el modelo para otras constituciones, es nuestra seguridad nacional inspirada por Dios, que asegura libertad, justicia e igualdad ante la ley.
No sé lo que nos deparará el futuro; no deseo sonar negativo, pero quisiera recordarles las advertencias de las Escrituras y las enseñanzas de los profetas que hemos tenido constantemente ante nosotros.
No puedo olvidar la gran lección del sueño de Faraón sobre las vacas gordas y las flacas y sobre las espigas hermosas y las marchitas.
No puedo quitar de mi mente las desalentadoras amonestaciones del Señor que se encuentran en el capítulo 24 de Mateo.
Estoy familiarizado, al igual que ustedes, con las declaraciones de la revelación moderna de que vendrá el tiempo en que la tierra será limpiada y habrá aflicciones indescriptibles, con llanto, lloro y lamentación (véase D. y C. 112:24).
Ahora bien, no quiero ser un alarmista; no quiero ser un profeta de calamidades. Soy optimista. No creo que haya llegado el tiempo en el que una total destrucción acabe con nosotros. Ruego fervientemente que no sea así. Hay tanto aún por hacer de la obra del Señor. Nosotros, y nuestros hijos después que nosotros, debemos llevarla a cabo.
(Gordon B. Hinckley, "Los tiempos en que vivimos", Liahona, enero de 2002)

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